Tenim tant per aprendre dels finlandesos...
En finés los verbos no se conjugan en futuro, lo que da una idea de su actitud ante la vida.
Su lema es “puedo hacerlo y voy a hacerlo”. Porque el finlandés es un
pueblo resistente, el país primero estuvo dominado 650 años por los
suecos y después otros 110 por los rusos. Sus habitantes tienen
interiorizado que deben ser autosuficientes y sus escolares lo son
gracias a un modelo sin apenas deberes
y evaluaciones —envidiado por sus brillantes resultados académicos— que
sufre una constante transformación y que ahora les da más poder en el
aula y responsabilidad en su progresión académica. Ellos deciden qué
quieren aprender y de qué forma. ¿Por qué tocar un modelo triunfador?
“El mundo no para y nosotros tampoco”, se sorprenden de la pregunta la
pedagoga Ilona Taimela y Pia Pakarinen, vicealcaldesa de Helsinki y
encargada de proporcionar a los centros de la capital medios y
profesores. “Las familias cuestionan que cambiemos algo que no está
roto, pero hay que acomodarse a las necesidades. Helsinki tiene mejores
resultados que Singapur pese a que el 20% de los alumnos viene de otro
país”, se enorgullece Pakarinen.
El mundo del que hablan está en constante reconversión y hay que preparar a los niños para un futuro incierto, en el que habrá otras profesiones —las máquinas desplazarán al humano—, otras tecnologías y problemas hoy inimaginables. Los finlandeses experimentan y no parecen inquietos por que el 3 de diciembre se publique el Informe PISA (que mide el conocimiento en Matemáticas, Lectura y Ciencias
de los adolescentes de 15 años) que les aupó a la fama en 2000. “Ni nos
importó antes, ni ahora”, afirma con cierto desdén la vicealcaldesa.
Finlandia comparte en los últimos años el liderato en PISA con Estonia y los países asiáticos (Singapur, Japón y Taipei). Estos últimos logran el éxito a costa de maratonianas jornadas de estudio y deberes —muchos vuelven de la academia a las 10 de la noche—,
la antítesis del modelo nórdico, que aboga por el tiempo libre, y que
además es en un 95% público. España se coloca a mitad de la tabla en
PISA con resultados mediocres y muy dispares entre autonomías. Los escolares de Castilla y León, por ejemplo, pueden codearse sin reparos con estos escandinavos.
En España cada vez más centros, sobre todo de primaria,
trabajan como en Finlandia por proyectos, abordando un tema de forma
multidisciplinar, pero ahora los nórdicos están yendo mucho más lejos en
una apuesta que algunos consideran arriesgada por el protagonismo del
escolar. Temen que tanta autonomía frene su progresión. “Ellos tienen
que ser responsables de su propio aprendizaje para que sean
autosuficientes como trabajadores”, remarca Taimela.
En la década de los setenta Finlandia fue el primer país de
la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos)
que exigió que todos los estudiantes cumpliesen estándares altos que
antes solo reclamaba a los estudiantes de élite. Y desde entonces no ha
parado de innovar. Cada 10 años el país nórdico aprueba un nuevo
currículum de primaria (de 7 a 16 años, desde 2015 es obligatorio un año
de preescolar) y ahora están implantando el de 2016, que da una vuelta
más a su original planteamiento. En 2021 comenzarán con el de secundaria
(de los 16 a los 18 años). Hace años muchos profesores optaron por
cambiar los libros por portátiles, por eliminar exámenes y notas y por
trabajar con proyectos, desterrando las asignaturas al uso. Una práctica
que impactó a la prensa internacional por sus brillantes resultados.
Pero ya no es una decisión particular. Se obliga por ley a aplicar el
“aprendizaje basado en fenómenos” creando un plan para cada estudiante.
“Priorizamos que, frente los contenidos tradicionales, adquieran
habilidades: aprender a comunicarse, pensamiento crítico, trabajar en
equipo o resolver problemas”, sostiene Taimela, coordinadora de la
Semana de la Educación de Helsinki a la que este diario acudió invitado.
Aunque luego, consciente de que es un tema espinoso, precisa: “Hay que
encontrar el equilibrio. Algunas cosas se aprenden como antes”.
En este proceso los profesores se coordinan. “Nadie es especialista
en todo y cada uno tiene una función en el equipo. Necesitamos
profesionales que aprendan constantemente”, remarca la vicealcaldesa.
“Los chicos a veces van más rápido que tú, y a los más aventajados, les
sacamos a que enseñen”, confiesa el profesor Tommi Tittalar,
especialista en crear espacios de aprendizaje. Aprovecha la conversación
para aclarar entre risas: “No es verdad que en Finlandia tiremos todos
los tabiques. Necesitamos sitios grandes para ciertos momentos, como por
la mañana cuando planificamos juntos el día, pero también otros
recogidos”.
“Desde hace tres cursos son los niños los que deciden qué quieren
aprender en los proyectos. El primer año les dejamos trabajar en el tema
que más les apasionase en la vida —hay quien eligió a Justin Bieber—
pero resultó caótico y poco práctico. Así que ahora acuerdan entre ellos
el tema”, cuenta orgullosa Tintti Hohti, subdirectora del Roihuvuori
Comprehensive School, un imponente centro de hormigón que acoge a 420
alumnos, muchos más de los previstos.
Al concluir el proyecto los escolares comparten ese conocimiento con
otras clases. “Los niños atienden más cuando quien se lo cuenta es un
compañero”, asegura la subdirectora. “El niño tiende a ser perezoso, hay
que despertarle la curiosidad”. Ella la destapa con textos, imágenes y
vídeos.
Hohti recorre el Roihuvuori, rodeado de un idílico bosque nevado,
para demostrar que sus niños aprenden a través de fenómenos a llevar una
vida sostenible. Un grupo de alumnos de 10 años consensuó experimentar
vivir sin electricidad y en ello andan enfangados. Ese día en la
caldeada sala de manualidades se han dividido en equipos. Unos
construyen una pirámide de leña, otros hacen astillas con un cuchillo
enorme, mientras al fondo ponen setas a secar en el techo, al tiempo que
la maestra enseña a hacer mermeladas y encurtidos para pasar el
invierno. Cada centro decide cómo aplica el modelo y esta escuela ha
impuesto un mínimo de dos proyectos de fenómenos —duran seis semanas—
cada curso. Un mínimo para los maestros más recelosos. En las
asignaturas más tradicionales los niños también deciden qué y cómo
aprenden.
Valentín de 10 años, hijo de ecuatoriana y finlandés, enseña en su
portátil cómo cuando empezó la unidad sobre la historia de Egipto
expresó por escrito a su profesor que quería hacer un trabajo coral,
consultando en páginas web y editar un vídeo con las conclusiones. El
maestro le guió en su aprendizaje con preguntas y sus padres hicieron un
seguimiento de su progreso semanal interpelando al docente cuando
consideraron pertinente. Su colegio espera de él que se autorregule el
aprendizaje y se autoevalúe. Pero los expertos no se cansan de remarcar
que no desprecian los medios tradicionales. “Cuando empezamos un
proyecto no consultan Internet sino libros en papel”, resalta la
subdirectora del Roihuvuori.
Cada padre tiene una aplicación, diseñada por el Ayuntamiento, que le
informa de cuáles son las tareas de su hijo —normalmente la fecha
límite para entregar un trabajo, no deberes diarios—, qué asignaturas
tiene ese trimestre y también le permite comunicarse con los profesores.
El éxito finlandés radica, según los expertos educativos, en que el
profesorado está convencido de que todo estudiante puede alcanzar
estándares altos y se lo transmiten. Y creen que este en algún momento
va a tener necesidades especiales. “Una de las cosas que más nos
enorgullecen es que las diferencias sociales se igualan. Y eso es
posible con una discriminación positiva, invirtiendo más dinero en los
centros desaventajados”, detalla Liisa Pohjolainen, directora ejecutiva
de Educación en Helsinki.
Desde las ocho de la mañana suele haber extraescolares,
pero las clases empiezan a las diez y acaban a la una. La corta jornada
pone a prueba la autonomía de los pequeños desde que se descalzan en la
puerta. Los menores, por turnos y ataviados con un mandil, recogen el
almuerzo (todos comen allí y gratuitamente) y limpian la mesa. Hay
atribuciones para todos. En el Suomenlinna's Elementary School, situado
en una isla homónima, unos niños de ocho años dejan la lección para
acercarse al embarcadero del transbordador y actuar de cicerones de los
visitantes —entre ellos este periódico— para aprender a socializar.
El pilar básico de este “aprendizaje por fenómenos” son los maestros,
que gozan de una gran reputación e históricamente de la confianza de
los padres. Aunque las familias están temerosas del resultado del
currículum que debuta con sus hijos. Pero este no es un salto al vacío.
Durante la implantación los profesores reciben mucha formación, en todos
los centros hay varios tutores tecnológicos y el respaldo de la
Universidad, que evalúa todo el proceso.
A cada plaza de estudiante del grado de Educación se presentan nueve candidatos —en España se ingresa con un cinco en Selectividad—.
Se evalúa el expediente y hay una exigente prueba de acceso, pero la
parte más dura es una entrevista y una práctica, porque es vital una
aptitud excelente para la docencia, no solo demostrar sabiduría.
Claro que este conocimiento tampoco escasea. Como en Japón, un
profesor medio finlandés tiene mayores conocimientos matemáticos que la
media de los universitarios, lo contrario que en las vecinas Suecia y
Dinamarca, según el informe PIAAC (siglas en inglés de evaluación de las
competencias de adultos) de la OCDE. Con estos mimbres su autonomía
didáctica es plena, pero eso no significa que no sean supervisados por otros compañeros. El aula no se considera un ámbito privado.
Los docentes reconocen que el reto es cómo examinar este aprendizaje
por proyectos. “Tenemos evaluaciones con diferencias entre los chicos,
por supuesto. Pero no son para poner una calificación, sino para
comprobar que no hay problemas de comprensión y, si los hay, tomar
medidas”, cuenta la directora de Educación. “Se evalúa la progresión, la
motivación y al final del curso pueden tener una nota con el resultado
del aprendizaje”, prosigue. Desde noveno grado (15 años) es obligatorio
poner notas y, en contra del mito de la falta de presión y competencia,
al terminar secundaria se someten a una dura reválida. Entrar en la
Universidad (gratuita) también es una carrera de fondo y muchos se
esfuerzan una y otra vez.
Redondea el proyecto que toda la urbe se considera un lugar de
aprendizaje. En horario escolar el transporte público es gratis para los
niños y conquistan las calles. En el Ayuntamiento de Helsinki sorprende
tener que sortear decenas de plumíferos de niños de cinco años que
visitan el edificio. El alcalde, Jan Vapaavouri, agradece las visitas.
“La educación es el pasaporte al futuro”, dijo en la cumbre de HundrED.org donde se presentaron 100 innovaciones educativas.
“Cuando la ciudad toma decisiones que nos afectan a los niños
escuchan lo que tenemos que decir. Conocemos a los políticos, escribimos
declaraciones… Podemos aportar y que se haga realidad”, cuenta Milja,
de 15 años. De modo que Helsinki tiene un consejo consultivo de jóvenes y
los menores de más de 12 años pueden votar adónde va parte del
presupuesto consignado a ellos. Porque en Finlandia los niños no son el
futuro, tienen el presente en sus manos.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada