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| Foto: A. Jiménez (La Vanguardia). | 
(Entrevista de Carina Farreras per a La Vanguardia al director del Projecte Zero de la Facultat d'Educació de la Universitat de Harvard, Daniel Wilson). 
Daniel Wilson lidera uno de los faros más prestigiosos de
 la educación, el Project Zero, centro de investigación de Harvard desde
 1967, y que ha sido dirigido, entre otros, por el padre de las 
inteligencias múltiples, Howard Gardener. Como buen farero observa la 
marejada levantada por el viento de las nuevas tecnologías digitales que
 está transformando vertiginosamente el modo en que trabajamos y nos 
relacionamos. En este mar, las escuelas zozobran buscando el nuevo rumbo
 que debe llevar a los niños de hoy a adultos adaptados a la sociedad de
 mañana: “La evidencia es que ya no podemos enseñar como lo hacíamos el 
siglo pasado”. Wilson impartió una conferencia en el simposio 
internacional Barcelona, Educación, Cambio, organizado recientemente por
 Blanquerna, Jesüites Educación y el colegio Montserrat. En la confusión
 del mar revuelto, arroja luz sobre diversos aspectos como el nuevo rol 
del maestro, creador de condiciones para que el alumno aprenda. O como 
debe cambiar la mirada hacia el niño: un individuo completo, no solo un 
estudiante de determinadas materias. El desafío, sostiene Wilson, es 
que vean que lo que aprenden les ayuda a comprender el mundo. Porque 
“¿de qué forma educamos para que sólo la mitad de la población se vea 
impelida a elegir gobierno?”, reflexiona.
¿Qué ve desde lo alto de su faro?
Es un tiempo 
apasionante y peligroso. Nunca había sucedido algo así, que tanta gente 
tenga acceso al conocimiento. Millones de personas pueden aprender lo 
que antes estaba reservado a unos pocos y todos podemos aprender 
cualquier cosa gracias a las nuevas tecnologías. No hay precedentes en 
la historia de la evolución humana de una etapa similar. ¿Se imaginan el
 alto potencial que hay de talento, creatividad y conocimiento? Pero a 
la vez es un tiempo muy peligroso. Resulta muy difícil distinguir la 
verdad de la mentira y eso puede ser explotado desde la maldad. La 
pregunta que debemos hacernos es cómo podemos apoyar a los jóvenes para 
potenciar su talento pero ayudándoles a adquirir sentido crítico y 
capacidad de análisis.
¿Qué papel tendrán los profesores en estos cambios?
Más
 fundamental que nunca. El rol del maestro ahora es facilitar el 
aprendizaje. No digo que deje de dar conocimiento. Esto es lo que se 
discute cuando se habla de las metodologías de innovación, una discusión
 ridícula y estéril. ¡Claro que hay que dar conocimiento! Si solo se 
experimenta el concepto de la gravedad, el alumno no sabrá nunca las 
bases científicas. Pero el papel principal del maestro no es dar esas 
bases científicas, eso es una pequeña parte de su trabajo, su labor es 
estimular la curiosidad, las ganas de aprender y formar el espíritu 
crítico.
Eso significa cambiar las prácticas profesionales tradicionales.
Cambiar
 es difícil, siempre hay riesgos y costes. La legitimidad hacia donde se
 va, al principio, no está muy clara. Y da miedo. Además se hace 
necesaria la cooperación y eso expone al maestro a una visibilidad que 
le incomoda. ¿Cómo me ven? ¿Cómo me veo yo a mí mismo? Hay que 
recordarles los valores de la vocación para que estén dispuestos a 
cambiar. Pero si queremos crear una cultura de aprendizaje los 
profesores deben practicarla. Tienen que explorar, experimentar, crear, 
cooperar, compartir...
¿Qué importa saber para crear ese clima de aprendizaje en entornos que no lo tienen?
Hemos
 visto dos factores clave que se repiten en todo el mundo. Primera, el 
profesor debe sentirse seguro si va a arriesgarse. Debe poder cometer 
errores sin ser cuestionado. Y, en segundo lugar, debe entender que 
pedir ayuda va a ser necesario. Los maestros cierran la puerta del aula y
 trabajan individualmente. Esto se ha acabado.
Esta transformación afecta a toda la educación formal.
En
 un estudio se preguntó a miles de profesionales, ingenieros, 
arquitectos, abogados, periodistas... dónde habían aprendido la esencia 
de su profesión. Sólo una pequeña parte respondió que en la universidad.
 El 80% construyó su bagaje gracias a sus colegas, a los intercambios 
informales, a prácticas en el trabajo... ¿A qué no la sorprende si 
piensa en su propia experiencia? La educación traspasa las paredes de 
los centros que la certifican. Lo que importa es la capacidad para 
aprender.
¿Qué hay que enseñar y cómo evaluarlo?
Olvidamos
 que educamos a seres humanos completos, no a unos alumnos de 
matemáticas. Mire, es un desastre que en mi país sólo vote el 46% de la 
población. ¿Qué tipo de educación hemos dado para que la gente no esté 
implicada en la elección del gobierno? El aprendizaje de las asignaturas
 como lengua o mates sólo representan una pequeñísima parte del 
desarrollo de un individuo. ¿Tienen que existir, tenemos que evaluar? 
¡Claro! Ahora bien, ¿es lo más importante? Pues no. Y estas 
evaluaciones, siendo una ínfima parte, hacen muy desgraciados a muchos 
niños de todo el mundo. ¡Dejemos de hacerlo así! Centrémonos en la 
calidad de las experiencias en el aula. Que los alumnos vean que lo que 
aprenden les ayuda a comprender el mundo e impacta en su entorno. Y que 
se evalúe en estos términos: ¿Cómo es este niño? ¿Cómo ha progresado en 
su singularidad? ¿Cómo se mueve en la comunidad? Y no debería ser la 
opinión de un tutor sino la conclusión de un conjunto de maestros, 
después de analizar todo lo que el niño ha hecho: trabajos, exámenes, 
dibujos, actuaciones, relaciones en el grupo... Por eso digo que los 
maestros deben ser como antropólogos.
¿Existe un modelo de innovación determinado?
No,
 depende de los valores de cada colectividad. Pero no vale innovar por 
innovar. Cualquier cambio debe estar fundamentado en los valores en los 
que cree esa comunidad. Y está bien la diversidad para poder elegir. Hay
 padres que confían en las innovadoras y otras en las escuelas 
tradicionales y eso está bien. Eso sí, hay cosas que todas, tengan el 
proyecto que tengan, deben abordar, como idiomas, liderazgo, 
colaboración..