(article d'Elisa Silió aparegut al diari El País del divendres 5 d'abril).
Todos tenemos una faceta imaginativa que despierta en la infancia y va apagándose con los años
Algunos expertos creen que las reglas escolares castran, otros subrayan sus beneficios sociales y cognitivos.
Tendemos a ver la creatividad como algo chic y elitista, solo al
alcance de unos pocos privilegiados. Así lo interpretó en 1999 el
psicólogo social Howard Gardner en Inteligencia reestructurada:
múltiples inteligencias para el siglo XXI. Sin embargo, con los años se
va imponiendo la visión democrática de Ken Robinson, convertido en todo
un gurú para un séquito de pedagogos. En opinión de este educador y
conferenciante de masas, “todo el mundo es capaz de tener éxito en algún
área si se dan las condiciones precisas y se ha adquirido un
conocimiento relevante y unas habilidades”. Hasta ahí todos satisfechos.
El problema llega ahora. Según este británico, la escuela mata esta
creatividad que no tiene por qué ser artística, como solemos imaginar,
sino científica o social.
Según Robinson, al profesor solo le interesa que se conteste lo que
está en los contenidos del temario, lo que provoca la frustración de
aquellos niños que son más arriesgados y a los que les gusta improvisar.
Eso provoca que cada vez se atrevan menos a pensar de manera diferente
por miedo a equivocarse. Tienen un comportamiento más rígido y
convergente. Todo ello, en opinión del pedagogo, tiene su origen en una
escuela anacrónica concebida durante la revolución industrial pensando
en la producción en cadena. Un esquema que casa mal con una sociedad
basada cada vez más en los servicios y el conocimiento.
El filósofo José Antonio Marina en el blog de su proyecto
Observatorio de la Innovación Educativa se muestra disconforme: “Este
tema no se puede despachar a la ligera. No se puede desprestigiar la
respuesta correcta, como hace Robinson. No hay una solución creativa a
la tabla de multiplicar, ni se puede mezclar Napoleón con Harry Potter
en un relato histórico. Tampoco se puede ensalzar tanto el pensamiento
divergente que se anule el pensamiento convergente”.
El tiempo es fundamental para que las ideas fluyan", dice una profesora
“La escuela fagocita la creatividad si tiene un punto de vista
tradicional y se aplica la metodología de siempre. Pero sí que hay
profesores que saben desarrollarla”, opina Beatriz Valderrama, autora de
Creatividad inteligente: guía del emprendedor (Pearson, 2012). “Es
bueno ir a la escuela infantil. Tiene grandes beneficios cognitivos y
sociales. Estar con otros niños les despierta la inteligencia emocional.
Conocen otros mundos, aprenden a compartir y desarrollan capacidades
motrices”. Algunos informes muestran que la escolarización temprana
mejora el rendimiento académico, pero los principales factores
determinantes del éxito escolar siguen siendo el origen social y el
nivel formativo de los padres.
Niños del colegio Aldebarán de Tres Cantos (Madrid). / Gorka Lejarcegi
La Enciclopedia de malos alumnos y rebeldes que llegaron a genios, de
Jean-Bernard Pouy, Serge Bloch y Anne Blanchard, pasma con un listado
de personalidades que, curiosamente, solo incluye un nombre femenino,
Agatha Christie, la reina de la novela negra. El físico Stephen Hawking
no aprendió a leer hasta los ocho años; Evariste Galois, padre del
álgebra moderna, no pasó dos veces la prueba de acceso a la Escuela
Politécnica de París; de John Gurdon, reciente premio Nobel de Medicina,
la elitista escuela Eton escribió “no tiene posibilidad de estudiar una
especialidad. Sería una perdida de tiempo para él y para los que
deberían enseñarle”; Thomas Edison, inventor de la bombilla eléctrica
que obtuvo más de 1.000 patentes, estudió en casa con su madre porque
fue expulsado del colegio... La lista es interminable: pintores (Dalí,
Picasso, Cezanne, Leonardo), escritores (Dumas, Balzac), músicos (Verdi,
Debussy) o mandatarios (Napoleón, Churchill). Y no faltan genios
contemporáneos —demostrando que al menos en las últimas décadas el
sistema ha fallado— como Larry Ellison, Bill Gates y Steve Jobs.
La creatividad sirve para solventar conflictos, innovar, relacionarse mejor
El niño convive de forma progresiva con el mundo desde que empieza a
comer y dormir, y estas primeras etapas tempranas son especialmente
arriesgadas, pioneras y prometedoras. Es lo que el psicoanalista Sigmund
Freud llamaba “inteligencia radiante”. Mientras que Goethe, en la misma
línea, aseguró en su obra Poesía y verdad: “Si los niños continuaran
creciendo con la misma fuerza, contaríamos con cientos de genios”.
Las maestras de infantil Arantza de las Heras y Rosa Fernández se
dieron cuenta en cuanto empezaron a ejercer de que “perdían” algunos
niños cuando se les obligaba a sentarse a hacer fichas y seguir un libro
con tres años. Así que en las aulas del colegio público Aldebarán en
Tres Cantos (Madrid) los alumnos de cinco años desarrollan su
creatividad cada uno a su ritmo. Cada mañana se reúnen en asamblea y
deciden qué quieren hacer, y las maestras encauzan sus deseos. “No se
trata de decir: haz lo que quieras. Le planteas preguntas y luego él
opta por lo que quiere hacer”. Sin olvidar que a través del conocimiento
del sistema solar se puede introducir lógica matemática o
lectoescritura.
Montse Julià, directora del centro Montessori-Palau (Girona), cree a
pies juntillas la teoría de Robinson. “El niño no puede estar sometido a
una rutina de asignaturas en un colegio en el que solo se le enseña a
obedecer unas órdenes”. Por eso en las enseñanzas infantil y primaria de
su colegio cada uno va por libre —“el tiempo es fundamental para que
las ideas fluyan”— y se juntan en el mismo aula niños de tres a cinco
años y de seis a ocho. “Así juegan tres papeles. El de pequeño, que
tiene como referente al mayor; el de mediano, y el grande, que consolida
lo aprendido”.
El maestro del método Montessori planifica algo nuevo cada dos días, y
cada cual decide si va a hacer sumas, leer o aprender ortografía. “Solo
hay un horario para el comedor y para clases especiales: educación
física, violín..., cuenta Julià. “Es muy positivo. Los fundadores de
Google cuentan en un vídeo que si han sido innovadores porque con
Montessori tuvieron flexibilidad en el aula, espacio para pensar”.
Desarrollar su inteligencia emocional es tan importante como su faceta creativa
Pensar con los dos lados del cerebro. El lado derecho resuelve los
problemas algorítmicos, que son aquellos con una solución fija (una
resta, por ejemplo) porque se solucionan aplicando una regla. Y el
izquierdo, se preocupa de los problemas heurísticos, cuya respuesta hay
que inventarla porque no hay a qué agarrarse. En este lado se concentra
nuestra creatividad, fantasía o expresión de las emociones (ver
gráfico).
Asesine o no la escuela, lo que está claro es que el papel que juegue
el maestro es de vital importancia. Caroline Sharp en su artículo
Desarrollando la creatividad infantil: ¿qué podemos aprender de la
investigación? sostiene que “tolerar la ambigüedad, plantear preguntas
con distintas respuestas, animar a la experimentación y a la
persistencia y felicitar al niño ante una contestación inesperada”. Todo
eso sin perder de vista que el alumno tiene además que “aprender a
juzgar cuándo es apropiado divergir y cuando debe mostrarse de acuerdo”.
Son las diez de la mañana y los alumnos del Aldebarán eligen el color
de su cartulina. En ella pegan su retrato preferido y decoran la hoja a
su gusto. De casa han traído botones, trozos de tela, poliespan,
pegatinas... y el resultado es asombroso. Paula titula Sorpresa y solapa
su foto con su retrato dibujado; Darío cambia la O de su nombre por un
botón; Alicia, que ha optado por un cartón mucho más grande, homenajea a
su gata Amaya con una delicadeza que muchos quisieran... De fondo suena
Nena da Conte, la música favorita del alumno de la semana. Bailan un
poco y siguen con su tarea, salvo uno de los niños que no quiere hacer
nada y la profesora le permite que se recueste en el suelo. Ellas opinan
que es fundamental la implicación de las familias. Cada viernes —son
dos clases de 14 niños— los padres de un alumno comparten con el resto
alguna afición de su hijo. Por ejemplo, pintan galletas con ellos.
Se necesita gente creativa para potenciar el desarrollo social y económico del país
La pregunta que se plantean los expertos es: ¿cuándo los niños
empiezan a perder el asombro y las ganas de aprender que les hace
creativos? Coinciden en que esto sucede hacia los seis años. Lo que no
parece tener respuesta clara es si esto ocurre por mera madurez o por
las convenciones sociales impuestas en el aula.
Desarrollar su inteligencia emocional es tan importante como su
faceta creativa. Por eso en Tres Cantos tienen colgados en la puerta
carteles de cinco estados de ánimo. Cada mañana expresan sus emociones,
que cambian a lo largo de la jornada, colocando su nombre debajo de un
estado. No falla, después del recreo varios muestran su enfado.
Es indiscutible que la infancia es la mejor edad para aprender a
aprender y para sentar las bases de la cooperación y la resolución de
problemas, pero hay quien ha empezado a poner en duda que sea la etapa
de la vida más creativa. Mark Brackett, director del Centro de
Inteligencia Emocional de la Universidad de Yale, lo planteaba hace unos
días: “Hay también informes que dicen que la creatividad crece cuando
eres adulto porque te conoces mejor a ti mismo, a tus emociones”.
Balzac decía: no existe gran talento sin gran voluntad
El Centro de Inteligencia Emocional nace ahora de la colaboración de
la prestigiosa universidad y la Fundación Botín, que abrirán en
Santander un centro de arte que aspira a ser referencia mundial. Juntos
estudiarán cómo canalizar la creatividad a través de las artes,
convencidos de la necesidad de contar con una ciudadanía creativa no
solo por su bienestar individual, sino para potenciar el desarrollo
social y económico del país. Aprovechar ideas que surgen como respuesta a
un sentimiento artístico. “Aunque sean negativas. Como la célebre frase
de Woody Allen saliendo de la ópera: ‘Cuando escucho a Wagner más de
media hora me entran ganas de invadir Polonia”, ironiza Brackett.
“Yo siempre he tenido clara la importancia de la creatividad, pero
mucha gente no. Quizá desde que llegó la crisis y se empezó a hablar de
emprendimiento la cosa cambió y hay más interés por la capacidad de
crear”, argumenta Íñigo Sáenz de Miera, director general de la Fundación
Botín, que pone en marcha cada curso talleres creativos en 80 colegios.
“La creatividad es una forma de mirar y resolver los problemas de la
vida. Hay que cambiar la actitud. Sirve para todo en la vida: para
solventar conflictos, innovar, relacionarse mejor”, anima Valderrama que
trabaja esta faceta en un máster de Educación Secundaria para futuros
maestros. Ella observa cómo estos estudiantes desconfían de tener
capacidades creativas y trata de estimularlos para que venzan esa
barrera. “La creatividad es no es un talento innato. Hay que exponerse a
estímulos creativos que no sean de las áreas habituales —películas y
libros de otros géneros—, pararse a pensar, cuestionarse las cosas.
Balzac decía: no existe gran talento sin gran voluntad. Y tenía razón.
Parece magia, que un día a un inventor se le enciende la bombilla cuando
detrás hay muchas horas de trabajo. Se necesita compromiso y pasión”.
Hay otros factores que parecen menores sin serlo. Como el tamaño y la
disposición de la clase, el patio o jardín, la calidad del equipamiento
y los materiales o el acceso a otros ambientes. “Es bueno que las aulas
sean grandes para que el niño de un vistazo vea todos los materiales
con los que puede aprender sin tener que recordar. Y los niños no están
todo el día sentados. A veces se sientan en el suelo y hay que respetar
su espacio”, sostiene Julià.
Creatividad pero con los pies en el suelo. El doctor Frank Emanuel
Weinert, que trabaja con niños superdotados, lo describe así: “Kant
decía que no se puede llegar a viejo sin haber creado diferentes hábitos
a modo de esqueleto. No puede ser que cada día haya que encontrar
razones para lavarse los dientes. Eso no lo aguanta la naturaleza
humana”.
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